Había una vez una pequeña niño llamada Gilberto.
Gilberto tenía un bonito vestido azul que realzaba sus no-tetas.
Un buen día, cuando su hermana mayor Alice le estaba contando un cuento
muy aburrido sobre unas algas galopantes…
Se durmió.
Cuando despertó, su hermana había
desaparecido y un conejo blanco le indicaba a lo lejos, con impaciencia, un
reloj dorado del que salía una melodía preciosa.
Gilberto no dudó en seguir al conejo, cuyo nombre era Oz.
Sin embargo, tras un rato
corriendo tras él, le perdió de vista.
Buscó y buscó, pero en una de esas
cayó por un agujero.
-¡Aaaaaaah! -gritó, soltando su chillido de niña más característico.
Al fin, cayó en una habitación.
Solo se veía una puerta a lo lejos, así que cogió una llave que había
sobre una mesita y se acercó a la puerta.
La abrió, y se dio cuenta de que era demasiado pequeña.
“¿Y ahora qué? ¡Alice tenía razón al decirme que estoy gordo!”
Buscó por la habitación, y vio un
frasquito del que estaba colgada una nota.
Depositó la llave sobre la mesa y leyó: "Bébeme".
Como no tenía nada más que hacer,
se bebió el frasquito hasta la mitad.
Rápidamente, comenzó a encoger, pero como su vestido estaba muy apretado
a su chuchurrío y a la vez obeso cuerpo, no se quedó en pelotitas peladas.
Pensó: “¡Bien!”
Hasta que se dio cuenta de que la llave se había quedado en la mesa.
Se quedó en estado de shock unos minutos, y luego reaccionó: volvió a
buscar un frasquito que contuviese una pócima para crecer.
Pero no encontró ningún frasquito. Encontró un pastelito (ñammm).
Encima de él, escrito con glaseado, ponía: "Cómeme".
"Qué más da", pensó. "Seguro que esto me ayuda, aunque no sea
un frasquito".
Se comió la mitad, pero enseguida comprendió que era demasiado: creció y
creció hasta convertirse en un gigantesco subnormal con pelo de algas.
-¿Por qué a mí? -sollozó, y rompió a llorar.
Sus lágrimas eran taaaaan grandes que rápidamente inundó la habitación.
Cuando se dio cuenta, la mesa ya
flotaba a su lado, y el frasquito estaba a punto de caer y de verter su
contenido.
Se bebió la mitad que faltaba, y enseguida se volvió del tamaño de un
ratón.
Cogió la llave, pero rápidamente
comprendió que era demasiado pesada y que no podría llegar hasta la puerta sin
ahogarse.
Sintió cómo su cuerpo comenzaba a sumergirse, y abandonó toda esperanza.
Sin embargo, un ratoncito acudió en su ayuda: le llevó hasta la puerta,
le sacó de allí y luego le intentó secar abanicándole con un abanico gigante.
Gilberto despertó, y cuando vio al ratón se sobresaltó: tenía ojos
bicolores.
-¿Cómo te llamas, ratoncito? -preguntó la niñito.
-Vincent -respondió él con una mirada de devoción-. Para secarte, puedes
jugar con nosotros y correr una carrera -dijo, señalando a otros dos amigos que
ahí estaban: una tortuga y una rana.
Corrían en círculos, en una carrera infinita.
-¡Vamos, a ver quién gana! -exclamó Vincent mientras agarraba de la mano a
Gilberto y le metía en aquel círculo.
Comenzaron a correr y, tras quince
minutos con lo mismo, Gilberto desistió y abandonó a aquellos amigos.
Vincent se dio cuenta.
-¡Debemos ir con Rufus Barma! -le
instó-. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
-Gilberto.
-¿Gilbeeeertooooo?
Vincent hizo una mueca de sorpresa.
-¡ERES TÚ, ERES GILBERTO! ¡¡Vamos con Rufus Barma, venga!!
Antes de que Gilberto pudiera decir nada, Vincent ya le había vuelto a
agarrar y metido en un bosque de setas.
A lo lejos, llegaba el aroma del
tabaco.
Gilberto no se pudo controlar.
-¡TABACO, VEN A MÍÍÍ! -gritó mientras corría hacia el origen del olor.
Vio que, en vez de tabaco, había una oruga roja fumando.
-¿Quién eres? -la oruga habló con una voz grave.
-¿Rufus Barma? -preguntó Gilberto, curioso.
-No, YO soy Rufus Barma, no tú. ¿Cuál es tu nombre?
-Gilberto.
-¿Gilberto, dices?
La oruga dio una calada al enoorme cigarro con forma de abanico.
-Bien, me da absolutamente igual. Que te den, Gilberto -dijo Rufus Barma
sonriendo.
-¿¡Perdona!? -gritó Vincent, pero rápidamente desaparecieron de aquel
lugar.
Y Vincent se desplazó del lado de Gilberto y acabó en otra parte.
Gilberto se sacudió el polvo de su melena alguística, y miró hacia los
lados.
Una risa le sobresaltó.
-Gilbeeertoooo…
Esa voz le resultó familiar.
-¿Óscar-kun? -preguntó,
sobresaltado.
-Sííí… Aunque aquí… se me conoce por otro nooombreee…
-¿Pervertido-kun? -aventuró Gilberto.
Pero Óscar no respondió.
En su lugar, se mostró ante Gilberto, que quedó petrificado.
-¡¡U-UN GATO!!
Óscar sonrió ampliamente. No sabía que los gatos pudieran sonreír.
-Soy el Gato Cheshire. No te preocupes…
En realidad, de gato sólo tenía una diadema que imitaba las orejas
triangulares de los gatos, pero aun así a Gilberto le asustaba.
-Te llevaré con la liebre de marzo y el sombrerero -dijo Óscar mientras
flotaba por el bosque, con el culo en pompa.
Llegaron a un claro, en el que una mesa del té estaba dispuesta.
En una taza, estaba Vincent, dormido. En una silla, una liebre de color
castaño claro con gafas, y en otro asiento un guapísimo y carismático hombre
con sombrero.
-Perdonen -dijo Gilberto, pero no obtuvo respuesta. Seguían dormidos.
Perdió la paciencia al instante. Sacó su pistola de una liga que tenía en
la pierna y disparó al aire. Al instante, el sombrerero se cayó de la silla, la
liebre accionó una catapulta de una cuchara y Vincent fue despertado por un
inmenso terrón de azúcar disparado por aquella catapulta.
-¡Cuchara! -exclamó la liebre.
El sombrerero rió, y Gilberto reparó en la extraña pero hermosa muñeca
que estaba en su hombro. Al instante, se enamoró de esa criatura.
-¡Tontos todos! -exclamó su amor, agitando su preciosa melena pelirroja.
-¡Ooooh! -gritó el sombrerero-. ¡Pero si es Gilberto!
Gilberto se sentó en la silla que el sombrerero le indicaba, sin perder
de vista a la muñeca.
-Yo soy Break -se presentó-. Y la muñeca que tanto miras se llama Emily.
Gilberto no pudo evitar poner cara de idiota. Emily era un nombre taaan
bonito…
Se perdió en esos ojos de madera, dibujados en la muñeca.
-¡Yo soy Liam! -exclamó la liebre,
y le clavó un tenedor en la mano a Gilberto.
-¡AAAAYY! -chilló el niña.
Gilberto sacudió su cabello de algas al viento mientras gritaba
-Deberías ir a la corte de la reina. Es muy sexy, ¿sabes? Personalmente,
me atrae mucho, aunque siga con el rollo ese de cortar cabezas…
Break parecía interesado en la
reina, así que Gilberto fue hasta el castillo.
Aunque antes se despidió de Emily,
quien le dedicó algunas palabras:
-¡Borrico! ¡Tonto l'haba!
Pero Gilberto seguía enamorado perdidamente de Emily.
Cuando llegó al castillo, vio a algunas cartas de corazones pintando rosas
blancas de rojo.
Y, a lo lejos, a la más hermosa de las criaturas: una joven de pelo
rubio, ojos fucsia y un vestido rojo sangre. Había muchos corazones en su
aspecto.
Pero Emily seguía siendo su deseo más profundo, la verdad no sé cómo.
Bueno, cuando llegó hasta ella, rápidamente la jovencita dijo:
-¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!
Y se llevaron a una pobre rana, sin duda aquella con la que había corrido
la ridícula carrera anteriormente.
-Ooooh, ¿quién es esta joven? -preguntó Sharon, que era así como se
llamaba la Reina de Corazones.
-Sin duda, es Gilberto Cabeza de Algas -respondió una de las cartas.
-Ponedle a pintar rosas -ordenó Sharon.
Le dieron a Gilberto un cubo lleno de pintura roja y un pincel, y se puso
a pintar rosas.
Cuando terminó, Sharon le retó a jugar al crícket.
La verdad es que la Reina era realmente mala a ese juego, así que
Gilberto ganó la primera partida.
-¡NOOOOO! -gritó la Reina-. ¡JUGUEMOS DE NUEVO!
Gilberto comprendió rápidamente que lo mejor que podía hacer eran dos cosas:
a) Matarla.
b) Dejarse ganar.
Como era más sencillo, optó por la a).
Pero una voz en su conciencia, la de
Break, le dijo que, si le mataba, él le metía un palo de crícket (que
por cierto eran flamencos) por su abombado trasero.
Así que decidió dejarse ganar.
-¡JA! ¡TE HE GANADO, SACO DE MIERDA PODRIDA!
Las cartas aplaudieron y Gilberto decidió poner en práctica la opción a).
Sacó su pistola pero, antes de que pudiera hacer nada…:
-¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!
Sin previo aviso, las cartas se abalanzaron sobre Gilberto, quien gritó
de nuevo como una niñita.
Pero creció de pronto, hasta convertirse en un enorme saco de Gilberto.
Y una chica de pelo rosa y ojos un poco más oscuros apareció galopando en
un poni volante.
-¡Despierta, Gilberto! -le gritó. Pero era la voz de su hermana Alice.
Abrió los ojos, y se encontró en la misma rama que antes, con su hermana
contándole aquel cuento.
Todo había sido un sueño…
eres genial!!! nunca me aburro contigo. me encanta lo de las opciones a) y b)... es mi parte favorita!!!
ResponderEliminarJeje xD Me alegro de que te guste ^^
Eliminar'Como era más sencillo, opto.por la a)' jajajajajajaja eres grandiosa. Ma haces reir mucho
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