jueves, 19 de julio de 2012

Mi Ángel de la Guarda - Capítulo 4: Viaje

Un ruido ensordecedor me sacó de mis funestos pensamientos. Miré al suelo y vi mi plato roto en pedazos. La pizza había aterrizado por la parte del queso, pero a mí no me importaba ya comer. Zael me miraba, extrañado.
Se levantó para recoger los pedazos de plato roto y tirar la pizza a la basura. Al girarse, me miró preocupado.
-Lía... ¿estás bien? -preguntó con un hilo de voz.
Yo seguía mirando a un punto concreto, en el suelo, mientras sentía cómo mi vida se iba cayendo a un interminable vacío.
-Im... imposible -murmuré con los labios secos.
Zael acercó su silla a la mía y se sentó. Posó una mano sobre mi hombro, y sentí un agradable escalofrío.
-No debes hundirte sólo por eso -parecía saber exactamente qué decir y en qué momento-. Te lo he contado para que te aceptes, para que sepas quién eres. Eres así, creas lo que creas, digas lo que digas.
El viento golpeaba suavemente la ventana detrás mía.
-No podías vivir toda tu vida en un engaño, y no voy a permitir que así sea. Puedes decidir quedarte aquí y continuar con tu vida normal.
>>Pero, si quieres... puedes volver al lugar del que procedes. Yo te acompañaré y me encargaré de que te adaptes bien.
Cerré los ojos suavemente. No podía encerrarme en mí misma, era cierto.
Pero... ¿debía abandonar a mis amigos, a todo cuanto conocía? Tenía miedo de ser diferente, de que los ángeles no me aceptaran por haber vivido tanto tiempo entre humanos.
Decidiera lo que decidiese, antes quería hablar con mis padres, y eso lo tenía claro.
-Creo que... tardaré en decidirme -musité al fin; subí el tono de voz-. Pero primero quiero hablar con mis padres... Quiero que todo quede claro entre nosotros. Son mi familia, a pesar de todo, y quiero comentar todo esto con ellos.
Zael asintió, y después esbozó una sonrisa.
-Pues, ya sabes... Cuando hayas tomado la decisión, ven a verme a mi casa. Conoces dónde se encuentra.
Y, con eso, salió por la puerta. Me quedé mirando el sitio donde había estado antes, pero salí de mi ensimismamiento y comencé a recogerlo todo.

Pasaron un par de horas, y mis padres llegaron.
-¡Hola, tesoro! -dijo mi padre mientras venía a besar mi mejilla.
Hacía dos días que no le veía, porque hubo un lío en el trabajo y tuvo que marcharse para estar las veinticuatro horas del día ocupado en ello.
Se sentaron los dos a la mesa, cogieron sobras de lasaña y comieron. Yo me quedé en el marco de la puerta, pensando si ese sería el momento más apropiado para hablarles de todo.
-¿Qué tal en el instituto? -me preguntó mi madre.
-Bien, como siempre -respondí, con la mirada clavada en su plato.
Mi padre me miró con curiosidad.
-¿Te pasa algo, hija? -preguntó, preocupado.
Tragué saliva. Ese era el momento... Tenía que decírselo.
-Sí -respondí, e inspiré hondo-. He conocido... he conocido a Zael.
A mi padre se le rompió el vaso en la mano.
-¿Cómo? ¿Qué has dicho?
Inspiré hondo de nuevo.
-Sé que le conocéis. Y sé lo que soy en realidad. Un... -pero no fui capaz de terminar.
Un sollozo se abrió paso por mi garganta, y yo traté de contenerlo.
-...ángel -completó mi madre.
Me miró con dulzura, y entonces supe que no podría contenerme. Me acerqué a ella, apoyé la cabeza en su hombro y lloré. Lloré por quince años de mentiras, por toda una vida ocultándome de la realidad. Por todos esos amigos a los que iba a perder.
Porque me marchaba. Me iba a ir a las islas, me iba a ir con mis iguales, iba a vivir la vida que debería haber tenido. Pero ello también me causaba un gran dolor, al tener que separarme de mis amigos, de mis padres, de todos mis seres queridos... para entrar en un mundo desconocido para mí, desconocido para cualquier otra persona.
-Shh... -susurraba mi madre-. No llores, Lía, no llores...
Mi padre estaba sentado, con el rostro entre las manos. No se esperaba todo esto. Yo no quería hacerles sufrir de esa forma, pero sentía que era lo que debía hacer. Sin embargo...
Mis padres iban a perder a su única hija, iban a perder quince años, sería casi como si me muriera para ellos. Me aparté de mi madre, quizá con brusquedad, y corrí hacia mi habitación. Supe que no entrarían, que comprenderían que necesitaba unos momentos a solas, aislada del mundo.
Sólo se me ocurrió pintar, pintar para alejar el dolor de mi ser, pintar por encerrarme en un mundo que era sólo mío. Por abandonar mi cuerpo y, de alguna forma, hallar un lugar para mí.

Llamaron a la puerta. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la comida, pero ya había dejado de llorar, aunque los surcos de las lágrimas seguían marcados en mi rostro.
-Pasa -dije con la voz quebrada.
Mi madre entró en la habitación entornando la puerta tras de sí.
-Tenemos que hablar -me dijo, sentándose a mi lado.
El lienzo reposaba ante mí, ya pintado. Representaba a una ángel clara, con las manos esposadas, abrazada por un ángel oscuro. No sabía por qué había pintado aquella escena tan extraña, pero el arte no tiene explicación.
-Mira... Nosotros no queríamos que sufrieras. Eso lo sabes, ¿no? -asentí lentamente-. Hay razones para que te ocultáramos, para que tratáramos de que no supieras sobre todo esto. Pero me temo que sólo Zael te podrá hablar de esas razones, porque a nosotros nos lo ha prohibido.
>>Sólo debes saber que queríamos que estuvieras a salvo. Él nos advirtió de que, tarde o temprano, tú sabrías qué eras en realidad. Esperábamos que aún fuera dentro de unos cuantos años... Pero, al parecer, los acontecimientos se han adelantado.
Dejé la paleta en mi mesa, y suspiré.
-Sé que no lo hicisteis por mal -aseguré-. No estoy triste por nada de eso.
Mi madre fue a preguntar, pero comprendió. Una honda expresión de dolor se abrió paso en sus delicadas facciones.
-Vas a marcharte -musitó.
Se levantó lentamente, y, cuando estaba a punto de llegar a la puerta, le detuve por el brazo.
-Nunca os olvidaré -le dije, mientras algunas lágrimas caían por mis mejillas.
No me gustaban las despedidas. Nunca había tenido que participar en ninguna, pero era mucho peor de lo que imaginaba. Como si te desgarraran el corazón...
Me pregunté si realmente marcharme era lo que deseaba. ¿Valía la pena sentir tanto dolor, hacer todo esto? Pero sentía que era lo que debía hacer, lo correcto.
Ella me sonrió, aunque las lágrimas estropeaban ese efecto, haciéndole parecer aún más triste.
-He lavado toda tu ropa. Puedes hacer... hacer la maleta -dijo entre sollozos.
No pude contenerme ni un segundo más. Le rodeé el cuello con los brazos, y lloramos juntas, por toda una vida. Y así pasamos mucho tiempo.

Se abrió la puerta, y Zael se asomó. Sonrió ampliamente cuando me vio.
-¿Y bien? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta: llevaba mi maleta conmigo.
-Me voy -anuncié, aunque la voz se me quebró un poco.
Me miró con tristeza. Sabía por lo que había tenido que pasar, o eso pensaba de su mirada.
Entonces Zael hizo algo que nunca había pensado que fuera a hacer, algo que hizo que mis mejillas se encendieran como dos hogueras y que sintiera un escalofrío por todo el cuerpo: me abrazó.
Al principio abrí mucho los ojos, pero después le devolví el abrazo. No fue como un abrazo amistoso... Fue mucho más.
Su presencia me reconfortaba, sentía que a su lado estaba segura, rodeada por sus brazos. Y comprendí qué pasaba.
Me había enamorado por primera vez en mi vida.

-¿Cómo se llega hasta las islas? -pregunté mientras Zael me conducía por una calle desierta.
Se encogió de hombros.
-No sé cómo, pero sí dónde -respondió lacónicamente.
Llegamos hasta un edificio que parecía a punto de derrumbarse. En su interior se veía a un anciano bibliotecario ordenando libros, de los que había cientos y miles por todas las estanterías. Aunque el anciano parecía poder ser volado por una simple ráfaga de viento, su mirada denotaba una inteligencia sobrehumana, y su expresión una profunda concentración.
Era un ángel.
-¿En qué puedo ayudarles? -nos preguntó mientras miraba por encima de las gafas redondas y pequeñas, situadas en la punta de su nariz.
En esos momentos, Zael se acercó al anciano y le susurró unas palabras al oído.
-Comprendo. Síganme -dijo el anciano, que sonreía.
Nos acompañó por unas escaleras desvencijadas, que crujían a cada paso que dábamos. Parecía hacer aquello a menudo, porque la expresión relajada y los serenos pasos que daba indicaban que era una rutina para él.
Llegamos ante un pequeño cubículo que parecía un ascensor, aunque estaba lleno de adornos dorados y blancos. A su lado había otro, uno con adornos negros y apariencia siniestra.
-¿Claros? -preguntó el anciano.
Zael asintió con lentitud. El anciano se acercó al cubículo dorado, y abrió las puertas con una floritura de la mano.
Zael se acercó a mí y me tomó de la mano, provocando que las piernas me flaquearan. Entramos en el cubículo, que era algo pequeño.
-Buen viaje -nos deseó el anciano mientras las puertas volvían a cerrarse.
Notamos una sacudida... y nuestro viaje comenzó.

martes, 17 de julio de 2012

Mi Ángel de la Guarda - Capítulo 3: Explicaciones

El chico me miró, incrédulo, con los ojos amarillos abiertos como platos. Evidentemente, no se explicaba cómo había llegado yo a encontrarle, cómo había averiguado dónde vivía.
En realidad, yo tampoco. Después de tantos años, ver cómo mi salvador está delante mía, cómo puedo hablarle...
Tenía muchas cosas que decirle, pero sólo una excusa se abrió paso en mis labios.
-Se... se te cayó esto -dije mientras le entregaba el móvil.
Ahora me miraba con una mezcla de desconfianza y sorpresa. Tal vez pensaba que se lo había robado o algo.
-Gracias -me respondió con un tono glacial.
Lo primero que pensé fue que su voz era preciosa. Al escucharla, sentía como si fuera casi... mágica.
Pero no tuve tiempo de seguir pensando en ello, porque en esos momentos cerró la puerta dando un portazo y nos dejó plantadas en el descansillo.
-¿Qué? -soltó Susan, indignada.
Aporreó la puerta con los puños, enfadada.
-¿Qué haces? -musité, preocupada. ¿Y si los vecinos abrían su puerta y veían a Susan aporreándola como loca? Seguro que pensaban que veníamos del manicomio.
Pero sus esfuerzos dieron resultado; al cabo de un rato, mi "Ángel de la Guarda" abrió la puerta, con aspecto cansado.
-¿Qué queréis? -preguntó con un bostezo.
Las mejillas se me encendieron al ver que no llevaba puesta ninguna camiseta. Iba sólo en vaqueros, y se apoyaba en el marco de la puerta con toda naturalidad, como si ninguna loca hubiera estado aporreando antes su puerta.
-Una explicación -respondió Susan, impasible.
Me pareció que, por un momento, el chico reía burlón. Pero paró tan deprisa que no supe si me lo había imaginado o no.
Paró de apoyarse en el marco de la puerta y me miró fijamente.
-Sólo hablaré con Lía -anunció.
¿Cómo sabía mi nombre? Bueno, era de esperar, siempre sabía cuándo estaba en peligro y cómo salvarme... Pero no me había esperado aquello. Yo ni siquiera sabía el suyo.
Susan me miraba, escrutadora, tratando de adivinar cualquier emoción en mi rostro. Tratando de parecer igual de impasible, respondí:
-De acuerdo.
Mi "Ángel de la Guarda" me sostuvo la puerta para que entrara, y, una vez en el umbral, me volví para despedir a Susan. Articulé con los labios: "Ve a casa, tengo muchas preguntas que hacerle". Ella asintió, comprendiendo, cogió a Tommy y bajó las escaleras.
Cuando estuve en el piso, miré la habitación que había delante mía: el salón. Era pequeño, con un televisor y dos sofás de una plaza. Entre ellos había una mesita, donde se encontraban algunos periódicos que parecían antiguos.
Una alfombra clara cubría el suelo hasta los sofás, y algunos cuadros abstractos cubrían las paredes.
Mi "Ángel de la Guarda" se sentó en uno de los sofás, y palmeó el otro, invitándome a sentarme.
Una vez estuve acomodada, sólo se me ocurrió una pregunta que hacerle.
-¿Quién eres?
Cuando hube pronunciado esas palabras, me di cuenta de que sonaba algo maleducado. Seguro que él esperaba que le preguntara algo más interesante, algo más importante que eso. Pero yo nunca había pensado realmente que ese momento llegara, así que no había pensado las preguntas que iba a interrogarle.
-No puedo decirte muchas cosas sobre eso -contestó tranquilamente-. Pero sí puedes saber mi nombre.
Cambió de postura. Era evidente que esa situación le incomodaba. Pero, ¿por qué? ¿No era algo normal que las personas tuvieran nombre?
-Me llamo Zael -dijo finalmente-. No soy de por aquí.
¿Que no era de por aquí? ¿Y cómo me había salvado hacía siete años? No encontraba esa pregunta muy... fácil de expresar, así que no la planteé.
Pensé cómo podía preguntarle la razón de que me salvara en esas dos ocasiones. No era una pregunta fácil, así que estuve reflexionando un rato.
-¿Por qué...? -empecé, tratando de buscar las palabras-. ¿Por qué me salvaste?
Me miró a los ojos, y sentí un escalofrío.
-Sé cómo me llama tu amiga -comentó-. "Ángel de la Guarda". Debo decirte que no existen tales criaturas, son sólo invención del ser humano para explicarse la buena suerte o la capacidad de "escapar" de un accidente. Yo no soy un Ángel de la Guarda, si es lo que me querías preguntar.
>>Te salvo por razones distintas. Es algo... personal. No tiene nada que ver con la protección que te daría un Ángel de la Guarda, porque mientras que ellos te "siguen" a todas partes y son invisibles a la vista (según lo que he observado en los seres humanos), yo soy perfectamente material y me puedes ver. No voy contigo a todas partes, como puedes observar tengo casa, y móvil. Pero tampoco soy alguien normal. Tenías razón en esa parte del asunto.
Calló, pensativo.
No me había dado mucha información, de momento. Sabía que su nombre era Zael, que no era mi "Ángel de la Guarda" y que tampoco era normal. Lo de no ser normal ya lo había deducido por mi cuenta, lo del "Ángel de la Guarda" tampoco creía que fuera a ser cierto, ya que era sólo un apodo inventado por Susan.
Pero su nombre... bueno, a Susan le gustaban mucho las leyendas de todo tipo, así que me habló mucho sobre los ángeles. Sus nombres tenían una curiosidad.
Todos acababan en "el". Están Miguel, Rafael, Gabriel... Todos ellos cumplen esa pequeña "norma".
Y Zael también acaba en "el". ¿Sería solo una coincidencia?
-Si te cuento lo que soy -continuó, sobresaltándome; ya ni recordaba que estaba allí-, entonces respondería a tu primera pregunta. Mañana, cuando salgas del instituto, te estaré esperando delante de tu casa. Te contaré todo lo que quieras saber, incluido lo que soy.
>>Ya se te está haciendo tarde. Te dijeron que no pasaras de las nueve... y quedan cinco minutos para que tu toque de queda entre en vigor.

Cuando fui al instituto al día siguiente, sólo podía pensar en lo que me había dicho Zael. Ese día me contaría todo lo que quisiera saber... Y yo ya había pensado muchas preguntas que hacerle.
-¡Hola, Lía! -me saludó Emma, una de mis amigas.
Emma era segura de sí misma, y sugería todos los planes de salida con el grupo. Era enérgica, así que imponía respeto a todo el mundo; alegre, aunque sólo a veces, y muy extrovertida.
Le gustaba encerrarse en su habitación para tocar la batería, algo de lo que sus padres se quejaban a menudo, porque aporreaba los tambores con la fuerza de un camión.
-¡Hola! -respondí con una sonrisa.
Se nos unieron Marlene y Susan, y entramos todas juntas en clase.
Susan y yo habíamos decidido que no le contaríamos a nadie lo de Zael, ni nada de lo que había pasado. Ni siquiera a Marlene y Emma. Sí, eran nuestras amigas, pero hay secretos que ni siquiera puedes contar a algunas personas a las que aprecias.
La mañana se pasó muy rápido, y en lo que a mí me pareció una simple hora ya habíamos acabado las clases de ese día.
Yo estaba algo nerviosa; Zael me estaría esperando frente a mi edificio y, cuando estuviéramos comiendo, me explicaría todo lo que yo necesitara saber.
Lo único que me preocupaba era qué dirían mis padres cuando vieran que había llevado a Zael a casa.
Cuando llegué a la puerta del edificio, vi a Zael observando las rosas del camino. Ese día se había recogido la corta melena en una coleta, y llevaba una camisa que ondeaba con la brisa.
Le dirigí una sonrisa, aunque enseguida la borré de mi rostro. ¿Qué pensaría de mí si me tomaba tanta confianza? Sin embargo, me quedé muy sorprendida cuando vi que él me devolvía la sonrisa.
-Buenos días -saludó alegremente-. ¿Qué hay de comer?
Lo dijo con un tono de broma, pero yo le respondí:
-Pizza. Mis padres me encargaron unas por la mañana, podemos volver a calentarlas si quieres.
-No hace falta -aseguró-. Me gusta la comida fría.
Subimos por las escaleras hasta mi piso, abrí la puerta con las llaves -nunca se me volverían a olvidar- y entramos.
Enseguida me hice una pregunta estúpida: ¿qué opinaría Zael de mi casa?
Sin embargo, no parecía que tuviera ganas de mirar mi casa, así que fuimos directamente a la cocina. Abrí el cartón de las pizzas, y serví dos trozos en cada plato. Faltaban tres pedazos en cada pizza, así que sospeché que mi padre se había levantado con hambre.
-¿Y bien? -me preguntó Zael-. ¿Qué querías preguntarme?
Tragué un mordisco de pizza.
-Quería saber quién eres en realidad -respondí mientras alzaba de nuevo la pizza.
Zael rió, divertido.
-Está bien.
Dejó el trozo de pizza sobre el plato, y me miró fijamente a los ojos, como siempre hacía.
-Soy un ángel -declaró. El corazón se me aceleró; así que, ¡era cierto!-. Pero no un Ángel de la Guarda, te dije que no existen. Te protejo por otras razones, razones que no deberías saber hasta que pase mucho tiempo.
>>Los ángeles vivimos en unas islas no identificadas en los mapas, ni siquiera yo sé dónde se encuentran. Una isla es para los ángeles claros... y otra para los oscuros.
>>Los ángeles claros somos aquellos que defienden la justicia, por así decirlo, el peso bueno de la balanza. Los ángeles oscuros, sin embargo, son ángeles blancos a los que han tentado para desafiar esa justicia.
>>Nosotros tenemos la misión de acabar con Chaos, el ángel que desafió la justicia y convenció a otros ángeles para que hicieran lo mismo. Pero no es tan fácil: cada vez más ángeles claros deciden cambiarse de bando e irse con Chaos. Y quien se une a su causa, ya no es capaz de salir de ella.
Lo dijo con un tono de sufrimiento, algo tan inaudito en su voz... que me hizo sentir verdadera lástima por él y por todos los demás ángeles.
-Hay algo que también debo decirte, Lía -dijo Zael, sacándome de mis pensamientos-. Tú también eres un ángel.
-¿Qu-qué? -fue lo único que pude articular.
¿Un ángel? No es posible. Creo que me habría dado cuenta, ¿no? No es algo tan simple como eso.
-Debe de haber una equivocación -afirmé, aunque la voz me temblaba.
-No, Lía, no. Nunca nos equivocamos con estas cosas, eso tenlo por seguro. Eres un ángel, un ángel claro, como muchos otros que habitan cerca.
¿Cómo era posible? ¿Lo sabían mis padres? No, no creo... aunque, si yo tuviera una hija ángel, me daría cuenta de lo que era, ¿no?
-Te estarás preguntando si tus padres lo saben -adivinó Zael-. Sí, ellos te criaron sabiéndolo. Te adoptaron, Lía, hace catorce años. Eras sólo un bebé, con dos alitas emplumadas a la espalda, que agitaba las manitas como cualquier otro.
No. Me negaba a aceptar eso. ¿Mis padres, a los que había apreciado tanto, no eran biológicos? Imposible.
Sin embargo... Me resultaba difícil no creer a Zael después de todo lo que había ocurrido, lo que había pasado. Al fin y al cabo, me prometió explicaciones, y yo sólo podía creer que eran reales.
Así que... yo soy un ángel, mis padres no son mis padres... Y mi mundo está vuelto del revés.

lunes, 16 de julio de 2012

Mi Ángel de la Guarda - Capítulo 2: Búsqueda

La sirena del camión de los bomberos sonó con gran estruendo por toda la calle. Parecía que el sonido rebotaba en los edificios de la zona, volviendo cada vez con más intensidad.
No tardaron en bajar del camión, todos vestidos de rojo. Subieron a la parte de atrás del automóvil, desplegando una enorme escalera y subiéndose a ella. El fuego casi se había extinguido; por suerte, no había llegado muy lejos, apenas había alcanzado mi piso.
Suspiré de alivio. Ninguna de nuestras pertenencias se había quemado. Ciertamente, vivir en un quinto piso es a veces una gran ventaja, aunque si el chico misterioso no hubiera estado allí... no podría haber salido del edificio en llamas.
Un hombrecillo se acercó, muy nervioso, a los bomberos, una vez hubieron terminado con el fuego.
-Yo... lo siento de verdad -se disculpó, secándose el sudor de la frente con un pañuelo bordado-. No pretendía incendiar el edificio... Me temo que soy nuevo en las artes culinarias, así que no sabía bien cómo manejar una sartén...
Yo conocía a ese hombre. Su nombre era Samuel, y vivía en el segundo piso. Su mujer había muerto hacía dos semanas, y el pobre hombre estuvo muy deprimido. Al principio, sólo iba a comer a restaurantes, pero desde hacía tres días había comenzado a cocinar él mismo. Ni que decir tiene que no tenía mucha habilidad para la cocina.
-Tranquilícese, señor -interrumpió un bombero-. No pasa nada. El incendio se ha extinguido. Procure que no haya ningún otro accidente, o esto será más serio.
El hombrecillo asintió con pesar, y se alejó un poco del camión. Unos cuantos bomberos entraron en el edificio para comprobar su estabilidad.
Al parecer, nuestro edificio estaba construido con unos materiales bastante resistentes al fuego, así que los daños habían sido mínimos. Algunas pertenencias de los habitantes del edificio estaban quemadas, pero no era nada insustituible.
Cuando salieron, anunciaron que todos podíamos volver a nuestras casas tranquilos.
Aun así, yo estaba nerviosa: ¿cómo iba a explicarles a mis padres lo que había sucedido? Probablemente, me acribillarían con preguntas de todo tipo, y me preguntarían unas cuatrocientas veces si estaba bien, si no me había sucedido nada.
Entré en el edificio, y subí por las escaleras hasta mi casa, el quinto piso. Aún no me atrevía a usar el ascensor, por si acaso no era del todo seguro.
Cuando llegué al rellano de mi piso y miré la puerta... se me cayó el alma a los pies.
No tenía las llaves.
La opción que cualquiera habría escogido sería llamar a sus padres y esperar delante de la puerta de su casa, pero yo no estaba dispuesta a ello. Decidí ir hasta el instituto, entrar en clase y coger mi estuche.
Salí por la puerta del patio, y un cálido aire primaveral inundó mis pulmones. El olor a rosas me llegó como una suave brisa, y me sentí muy optimista de pronto. La primavera siempre lograba hacerme sonreír.
Llegué hasta el instituto en poco tiempo. Llamé al timbre para que me abrieran, y, como de costumbre, salió el conserje.
-¿Qué quiere, señorita? -preguntó.
-¿Podría entrar en mi clase, por favor? Necesito coger una cosa. Es el aula B7 -respondí, algo azorada.
El conserje me dejó entrar, sujetando la puerta, y yo musité un débil "Gracias".
Me acompañó hasta mi clase, sacó su gran manojo de llaves y encontró la de mi aula rápidamente, demostrando gran habilidad y un gran conocimiento sobre las distintas llaves de las clases.
Me dijo que me diera prisa, y me vigiló atentamente mientras cogía mi estuche. Es lo normal: últimamente, mucha gente se dedicaba a robar las pertenencias de los demás.
Cuando salí, echó una ojeada a mi estuche y asintió con aprobación.
Salí del colegio y, cuando estaba a punto de volver a mi casa, una voz me llamó.
-¡Eh, Lía! ¡Espérame!
Me di la vuelta. Era mi mejor amiga, Susan. Tiene ojos azules, azules como el mar; su pelo corto y negro era agitado por el viento, y las horquillas amarillas que siempre llevaba para sujetarse el flequillo amenazaban con desprenderse de su cabello.
-¿Qué tal? -me preguntó con una extraña expresión en la cara-. ¿Te ocurre algo?
Asentí.
-Un... vecino ha provocado un incendio en mi edificio.
Susan se llevó las manos a la boca.
-¿Cómo? ¿Te ha sucedido algo?
-No, tranquila -estaba conmovida por la genuina preocupación con la que me lo había preguntado-. El fuego apenas llegó a mi piso. Y...
Ella se acercó a mí. Teníamos una especie de conexión especial, y Susan intuía que lo que le iba a decir era importante.
Le conté lo sucedido con el chico misterioso, y también lo ocurrido cuando tenía ocho años.
Ciertamente, nunca le había contado esa historia a nadie. No confiaba en nadie lo suficiente, creía que me tomarían por loca. Sin embargo, Susan sabe comprenderme a la perfección, y creía que ese era el momento indicado para contárselo.
-Suena como si fuera... -comentó reflexionando-. Como si fuera tu Ángel de la Guarda, ¿no? Sabe cuándo estás en peligro y también qué hacer. Salta muy alto, ¡algo inhumano! Y es rápido como el rayo.
Me quedé impresionada por el rápido apodo que le había puesto al chico misterioso; sin duda, le definía a la perfección.
-Conque mi Ángel de la Guarda, ¿eh? -dije distraídamente.
-Cuentan que son enviados del cielo para proteger a los humanos -explicó Susan. Los ojos le brillaban, como cada vez que le gustaba de lo que hablaba-. Ellos nos salvan de los accidentes de la vida, y muchas veces nos salvan también de una muerte segura. ¿Seguro que no tenía alas?
Negué con la cabeza.
-No me fijé, pero estoy segura de que, si las hubiera tenido, me habría dado cuenta.
Susan dejó caer las manos, alicaída.
-Pues vaya -se lamentó. De pronto, una nueva sonrisa se abrió paso en su boca-. ¿Tienes aquí su móvil?
Como respuesta, me saqué el teléfono del bolsillo.
-¡Increíble! -exclamó, emocionada-. ¡Una parte de tu historia hecha realidad!
No le dije nada, pero me molestó un poco que no me hubiera creído hasta ver el móvil. Pero lo podía comprender; al fin y al cabo, la historia parecía totalmente inverosímil. Sin embargo, yo estaba completamente segura de que no me había inventado nada.
Me arrebató el móvil de las manos. Abrió la tapa, y una imagen ocupó toda la pantalla.
Yo lo reconocí al instante: era mi "Ángel de la Guarda". Susan soltó un silbido.
-Pues sí que es guapo -reconoció.
Comenzó a buscar en su lista de contactos. Sin embargo, ningún número estaba apuntado allí. Tampoco había ninguna foto, exceptuando la que tenía de salvapantallas, y tampoco había ninguna nota en el calendario. Pero si que había direcciones.
-¡Son todas cercanas a tu casa! -exclamó Susan-. ¿Crees que se cambia de casa a medida que tú te vas moviendo?
-No creo -respondí, no muy convencida-. A lo mejor las demás direcciones son de amigos suyos.
Decidimos ir a la casa más cercana a la mía, una manzana más lejos que mi piso.
-Pero, Susan, no puedo ir ahora. Mis padres volverán en poco tiempo y se asustarán si no me ven en casa. Tengo que estar allí -al ver su cara de pena, añadí-: Si quieres, cuando vuelvan mis padres les digo adónde voy y te llamo.
-Vale. ¡Pero acuérdate!
Nos despedimos, y me apresuré a llegar a mi casa. Si mis padres ya habían llegado, me iban a echar la reprimenda del año.
Sin embargo, cuando abrí mi puerta vi que seguía cerrada con llave. Sentí una gran sensación de alivio cuando giré la llave en la cerradura y la puerta se abrió ante mí.
Cogí mi mochila y me puse a hacer los deberes. Por suerte, ese día me habían mandado pocos, así que terminé pronto y me puse a pintar en mi nuevo cuadro.
Pasada media hora, una llave giró en la cerradura, y mi madre entró en casa.
-¡Hola! -saludó, mirando en dirección a mi habitación.
Yo me apresuré a dejar la paleta y el pincel sobre el atril, y llegué a la entrada de mi casa cuando mi madre dejaba su cartera en el suelo.
-¿Qué tal te ha ido? -pregunté mientras le besaba en la mejilla.
-Muy bien. Hoy los niños se han portado genial -su mirada se endureció-. ¿Qué es eso de que han venido los bomberos? ¿Ha pasado algo grave?
Le expliqué que todo estaba bien, que el fuego apenas llegó a nuestro piso. Sin embargo, mi madre seguía preocupada.
-¿Seguro que estás bien, tesoro? ¿Quieres una infusión? -me preguntó, posando una mano sobre mi frente.
-¡No, mamá! Estoy bien, ¿vale?
Ella llevó su cartera hasta el estudio, y sacó una pila de exámenes por corregir.
-Eh, mamá... -ella hizo un gesto en la cabeza que quería decir que me escuchaba-. ¿Puedo ir con Susan al parque? Llevaremos de paseo a su perro Tommy.
Ella asintió con la cabeza.
-Pero vuelve para cenar, ¿vale? Antes de las nueve te quiero en casa.
Me despedí, me metí las llaves en el bolsillo y también cogí el móvil de mi "Ángel de la Guarda". Saqué el mío del bolsillo de la chaqueta y marqué el número de Susan. Al segundo timbre cogió el teléfono.
-Ho... -empecé, pero ella me interrumpió.
-Estoy al lado de tu portal, no tardes.
Y colgó sin decir nada más. Me metí el móvil en la chaqueta, con los ojos muy abiertos, y bajé por las escaleras. Ahí Susan había sido algo brusca.
Cuando llegué abajo, la vi jugando con su perro en el jardín del edificio. Tommy atrapaba la pelota con gran habilidad, saltando hasta donde nadie sospechaba que pudiera saltar. Era muy divertido verle agitar la cola mientras corría hacia su ama, pelota en boca.
-¡Hola, Lía! ¿Vamos? -me preguntó mientras le enganchaba la correa a su perro.
Acaricié la cabeza de Tommy brevemente y me puse en marcha, con Susan detrás.
-Aquí es -dije parándome ante una puerta.
Era un chalet algo desvencijado, incluso el número del portal colgaba de un lado.
Resignada, llamé al timbre. Esperamos casi dos minutos, pero no parecía que nadie fuera a abrir.
-Esto está abandonado -dijo Susan tristemente.
Sin embargo, no nos dejamos vencer. Taché la dirección del móvil y fuimos a la siguiente casa. Entramos en todas y cada una de las direcciones... pero ninguna parecía estar habitada.
-Vaya... -me lamenté mientras me sentaba en un banco-. ¿Y ahora qué?
Susan se rascó la barbilla, pensativa.
-Puede que sea un rompecabezas o algo así. La experta en esto es Marlene, por desgracia -dijo-. ¿Hay algún número en común entre todas las direcciones?
Observé con atención todos los números, pero no parecía coincidir ninguno. Recorrí el mapa con la mirada... y lo vi.
-¡Aquí hay otra dirección! El punto está camuflado, pero al pasar por encima se ve una especie de enlace.
Hice clic, y una dirección apareció en la pantallita.
-¡Bingo! -exclamó Susan, animada-. ¡Ya lo tenemos!
Fuimos corriendo, con Tommy detrás. El pobre perro parecía a punto de desmayarse, y no le culpaba; después de toda la tarde así, yo ya estaba jadeando.
Llegamos hasta la casa, pero era un edificio.
-¿Está escrito el piso? -preguntó Susan, que ya estaba frente al telefonillo.
Escruté la pantalla en busca de algún otro dato, pero no encontré nada más.
-Me temo que no -respondí, alicaída.
-Da igual. Algo nos inventaremos -dijo Susan frotándose las manos.
Marcó el número del primer piso.
-¿Sí? -respondió una voz de mujer mayor.
-Perdone -dijo Susan, alterando la voz para que pareciera de hombre-. Soy el cartero, ¿podría abrirme?
Cuando oí cómo la puerta se abría, no me creía lo que estaba pasando. ¿Qué clase de mujer es tan estúpida como para creerse eso? Era cierto que Susan había imitado la voz a la perfección, pero, aun así, yo no me habría fiado de estar en el lugar de esa mujer.
Comenzamos a llamar a los timbres de las puertas, escondiéndonos cada vez que el dueño del piso salía a la puerta. Sin embargo, no le encontramos.
Cuando llegamos al último piso, que sólo era el cuarto, probamos con cada una de las cinco puertas que había. Al llegar a la quinta, tuve una corazonada.
Era una locura, pero cuando llamé al timbre no me molesté en esconderme. Y, al abrirse la puerta... ahí estaba.
Mi "Ángel de la Guarda".

Mi Ángel de la Guarda - Capítulo 1: Decisión

Ese día me había quedado sola en casa. Mi madre es profesora, y a esas horas estaba dando clase en el colegio. Mi padre, en cambio, estaba en una comida con su trabajo, en la que hablarían sobre posibles mejoras del rendimiento.
Yo ya estaba acostumbrada a quedarme sola. Desde que cumplí quince años, aquello solía ocurrir más a menudo, porque consideraban que era más madura y que me podía ocupar de hacerme la comida, limpiar un poco la casa y estudiar.
Estaba sentada, comiéndome la tortilla. Ese día había hecho un trabajo de arte espectacular, y mi profesora de Pintura se había quedado muy satisfecha. Siempre me aconseja nuevos acrílicos, técnicas con rotuladores, lápices de buena calidad... A mis compañeros no les cae muy bien la profesora, pero yo le considero una amiga.
Lavé los platos una vez hube terminado, fui hasta mi habitación, coloqué un nuevo lienzo en el atril, dispuse los colores en la paleta y mojé el pincel. Lo dejé suspendido encima de la paleta mientras pensaba qué podía dibujar.
De pronto, noté un olorcillo extraño. No le di mucha importancia, porque, al fin y al cabo, la pintura olía bastante, sobre todo al tenerla delante de mí.
Decidí que dibujaría una puesta de sol. Los colores serían difíciles de lograr, pero no había nada imposible para mi pincel. Di las primeras pinceladas con un tono naranja oscuro, añadí un poco de rosa y puse nuevas capas de más colores.
Pero me paré de pronto, olisqueando el aire. No olía a pintura. Olía a...
...fuego.
Dejé la paleta con rapidez sobre mi mesa, puse el pincel encima y salí corriendo hacia la cocina. Comprobé los fuegos, las sartenes, las ollas... Abrí los armarios, comprobé cada pequeño detalle; miré la caldera.
No era en mi piso. En mi cocina no había fuego.
El olor a quemado iba aumentando por segundos, y yo cada vez estaba más asustada. ¿Cómo podía ser? ¿Algún vecino despistado se había dejado el fuego encendido?
Traté de tranquilizarme mientras buscaba las llaves de casa. Siempre me encierro con llave, pero en esos momentos no estaba tan segura de que fuera bueno acostumbrarse a ello.
"No va a pasar nada. Apagarán el fuego y todo se solucionará", me dije a mí misma. 
Sin embargo, en mi interior sabía que no iba a ser así. Mi casa se quemaría, y perdería todas mis cosas.
Me negué a aceptar la realidad, y recorrí la casa entera en busca de las llaves. Me caían lágrimas de desesperación, porque no las encontraba. Fui hasta la habitación de mis padres, busqué en todas partes, pero no encontré las llaves. Al fijarme en la ventana... me quedé muda de horror.
Las llamas subían con impresionante rapidez, y ya se veían por la ventana.
Dejé escapar un gemido antes de lanzarme sobre la mochila del colegio. Pero recordé que dejé el estuche en clase... donde meto siempre mis llaves.
No sabía qué hacer. ¿Estaría dispuesta a coger unas cortinas y tirarme por la ventana como hacen en las películas? No, no podría; eso era la vida real, y la gente no se tiraba con cortinas y salía inmune.
Sin embargo, lo veía como única opción para la salvación.
Ya no me importaba ser imprudente. Abrí la ventana de mi habitación, y el olor a quemado entró en mis pulmones como una bofetada. Me acerqué un poco a la ventana. ¿Por qué no venían los bomberos? ¿A qué esperaban? ¿A que acabáramos muertos todos?
Escruté a lo lejos, por si veía algún camión rojo que indicara mi salvación. Sin embargo, no vi ninguno. Cuando estaba a punto de apartarme de la ventana, derrotada, algo me cogió por la camiseta. Miré hacia abajo, y la sangre se me congeló en las venas. Era una mano.
Unida a ella, había un chico, que tendría diecisiete años, y estaba encaramado a mi ventana, mirándome fijamente. Entró en mi habitación, me cogió en brazos, y se acercó a la ventana.
Yo estaba demasiado impresionada como para decir algo. Yo sabía quién era este chico... Ya le había visto hacía mucho tiempo. Y recuerdo ese día como si fuera el día de hoy.
Cuando yo tenía ocho años ya debía volver sola a casa desde mi colegio. No me importaba, porque mi casa estaba muy cerca y no tardaba mucho en llegar.
Ese día me despedí de mis amigas, como siempre, porque ellas tomaban un camino diferente al mío. Ellas vivían más lejos del colegio, y sus padres venían a veces a recogerlas. Ese día era uno de ellos: tres automóviles, pegados unos a otros, esperaban a las tres niñas que, cogidas de la mano, avanzaban hacia ellos. Yo sentía una pizca de envidia, porque iban todas juntas al mismo barrio, y tenían tres chalets vecinos. Los fines de semana hacían parrillas todos juntos, y a mí me invitaban a veces.
Pero yo sabía que eran mis amigas y que, aunque estuviéramos más separadas, nos queríamos igual.
Ese día iba algo distraída, porque había sacado un diez en Matemáticas, algo que nunca me había pasado. Estaba pensando en la reacción de mamá cuando viera las notas.
Tan distraída que, al cruzar un paso de cebra, no me di cuenta de los coches que venían...
Estaba cruzando cuando, de pronto, vi un coche que iba a mucha velocidad yendo directamente hacia mí. Yo era pequeña, más miedosa, y me quedé parada con la mirada en dirección al coche. Su conductor estaba hablando con el copiloto, así que no me había visto. Estaba a poca distancia de mí, ya casi sentía sus ruedas en mis pies...
Cuando llegó él.
Rápido como un rayo, me cogió en brazos y saltó hasta la otra acera. Fue algo increíble, inaudito... ¿Cómo un ser humano podía hacer aquello? Pero yo tenía claro que ese chico era real.
Miré su rostro, tratando de descifrar alguna emoción. Pero sólo conseguí fijarme en sus rasgos: pelo rubio con matices castaños, piel clara, delicadas facciones... sin embargo, lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Eran amarillos, amarillos como el limón. Eran preciosos e increíbles, nunca había visto a nadie con unos ojos así.
Pero el momento acabó deprisa. El desconocido me posó en el suelo, y en el tiempo que utilicé para levantarme él ya se había marchado.
Recordé ese día mientras volvía a mirar sus facciones, ahora más duras. Él había crecido desde que me había salvado años atrás, y ahora se notaba la diferencia. Saltó por la ventana, con una habilidad increíble, y aterrizó como si de un felino se tratara, de pie. Era inhumano.
Decidí hablarle, preguntarle algo. Cuando me posó en el suelo, me decidí.
-¿Quién...? -comencé.
Pero él ya había desaparecido.
-...eres -acabé en un susurro.
No podía ser. Había vuelto a marcharse, y quizá no le volviera a ver nunca.
Una idea se abrió paso en mi mente. Una idea alocada, temeraria, algo que, en otras circunstancias, tal vez no me habría planteado realizar.
Podía fingir otro accidente, provocarlo a propósito; el chico vendría a salvarme, le preguntaría quién es y no ocurriría nada malo. Él no tendría por qué enterarse de que yo había provocado todo aquello.
Pero, en cuanto miré al suelo, supe que no hacía falta que fingiera otro accidente.
Se le había caído el móvil cuando me dejó en el suelo. Era un móvil normalito, de tapa, y la hora brillaba en una pequeña pantallita que se hallaba en la cubierta del móvil.
Decidí guardármelo en el bolsillo, o parecería demasiado sospechoso.
En ese momento, cuando me levantaba del suelo lentamente, cuando por lo menos una docena de personas me miraban, alucinados, impresionados por lo que acababan de pasar... Cuando sentí el móvil en mi bolsillo, supe que no pararía de buscarle, de investigar sobre él... hasta haberle encontrado y averiguar quién era.

domingo, 15 de julio de 2012

Bienvenidos :)

¡Hola!
Este blog es una "novela on-line". Es decir, que escribiré capítulos de esta novela, titulada Mi Ángel de la Guarda. La sinopsis es la siguiente:

"Lía es una chica de quince años. Cuando era pequeña, estuvo a punto de ser atropellada por un coche, pero ocurrió un misterioso hecho: un chico salido de la nada se interpuso entre ella y el automóvil, para desaparecer sin dejar rastro.
Lía no ha vuelto a verle desde entonces, pero un día le ocurre otro accidente: su casa estalla en llamas, porque el vecino de abajo se ha dejado la cocina encendida y se ha prendido fuego a la sartén. Y, de nuevo, el misterioso chico aparece para salvarla, sólo que esta vez es mayor. Y ella decide investigar sobre él, porque se le cae su teléfono en el momento en el que le coge en brazos para sacarla de la casa.
¿Quién será ese misterioso chico? ¿Qué querrá? Y, lo más importante: ¿por qué se interesa tanto por salvar a Lía?"

En cuanto pueda me pondré a escribir, espero que os guste mi novela y que disfrutéis leyéndola tanto como disfrutaré al escribirla :)

Un abrazo, bloggeros.