lunes, 16 de julio de 2012

Mi Ángel de la Guarda - Capítulo 2: Búsqueda

La sirena del camión de los bomberos sonó con gran estruendo por toda la calle. Parecía que el sonido rebotaba en los edificios de la zona, volviendo cada vez con más intensidad.
No tardaron en bajar del camión, todos vestidos de rojo. Subieron a la parte de atrás del automóvil, desplegando una enorme escalera y subiéndose a ella. El fuego casi se había extinguido; por suerte, no había llegado muy lejos, apenas había alcanzado mi piso.
Suspiré de alivio. Ninguna de nuestras pertenencias se había quemado. Ciertamente, vivir en un quinto piso es a veces una gran ventaja, aunque si el chico misterioso no hubiera estado allí... no podría haber salido del edificio en llamas.
Un hombrecillo se acercó, muy nervioso, a los bomberos, una vez hubieron terminado con el fuego.
-Yo... lo siento de verdad -se disculpó, secándose el sudor de la frente con un pañuelo bordado-. No pretendía incendiar el edificio... Me temo que soy nuevo en las artes culinarias, así que no sabía bien cómo manejar una sartén...
Yo conocía a ese hombre. Su nombre era Samuel, y vivía en el segundo piso. Su mujer había muerto hacía dos semanas, y el pobre hombre estuvo muy deprimido. Al principio, sólo iba a comer a restaurantes, pero desde hacía tres días había comenzado a cocinar él mismo. Ni que decir tiene que no tenía mucha habilidad para la cocina.
-Tranquilícese, señor -interrumpió un bombero-. No pasa nada. El incendio se ha extinguido. Procure que no haya ningún otro accidente, o esto será más serio.
El hombrecillo asintió con pesar, y se alejó un poco del camión. Unos cuantos bomberos entraron en el edificio para comprobar su estabilidad.
Al parecer, nuestro edificio estaba construido con unos materiales bastante resistentes al fuego, así que los daños habían sido mínimos. Algunas pertenencias de los habitantes del edificio estaban quemadas, pero no era nada insustituible.
Cuando salieron, anunciaron que todos podíamos volver a nuestras casas tranquilos.
Aun así, yo estaba nerviosa: ¿cómo iba a explicarles a mis padres lo que había sucedido? Probablemente, me acribillarían con preguntas de todo tipo, y me preguntarían unas cuatrocientas veces si estaba bien, si no me había sucedido nada.
Entré en el edificio, y subí por las escaleras hasta mi casa, el quinto piso. Aún no me atrevía a usar el ascensor, por si acaso no era del todo seguro.
Cuando llegué al rellano de mi piso y miré la puerta... se me cayó el alma a los pies.
No tenía las llaves.
La opción que cualquiera habría escogido sería llamar a sus padres y esperar delante de la puerta de su casa, pero yo no estaba dispuesta a ello. Decidí ir hasta el instituto, entrar en clase y coger mi estuche.
Salí por la puerta del patio, y un cálido aire primaveral inundó mis pulmones. El olor a rosas me llegó como una suave brisa, y me sentí muy optimista de pronto. La primavera siempre lograba hacerme sonreír.
Llegué hasta el instituto en poco tiempo. Llamé al timbre para que me abrieran, y, como de costumbre, salió el conserje.
-¿Qué quiere, señorita? -preguntó.
-¿Podría entrar en mi clase, por favor? Necesito coger una cosa. Es el aula B7 -respondí, algo azorada.
El conserje me dejó entrar, sujetando la puerta, y yo musité un débil "Gracias".
Me acompañó hasta mi clase, sacó su gran manojo de llaves y encontró la de mi aula rápidamente, demostrando gran habilidad y un gran conocimiento sobre las distintas llaves de las clases.
Me dijo que me diera prisa, y me vigiló atentamente mientras cogía mi estuche. Es lo normal: últimamente, mucha gente se dedicaba a robar las pertenencias de los demás.
Cuando salí, echó una ojeada a mi estuche y asintió con aprobación.
Salí del colegio y, cuando estaba a punto de volver a mi casa, una voz me llamó.
-¡Eh, Lía! ¡Espérame!
Me di la vuelta. Era mi mejor amiga, Susan. Tiene ojos azules, azules como el mar; su pelo corto y negro era agitado por el viento, y las horquillas amarillas que siempre llevaba para sujetarse el flequillo amenazaban con desprenderse de su cabello.
-¿Qué tal? -me preguntó con una extraña expresión en la cara-. ¿Te ocurre algo?
Asentí.
-Un... vecino ha provocado un incendio en mi edificio.
Susan se llevó las manos a la boca.
-¿Cómo? ¿Te ha sucedido algo?
-No, tranquila -estaba conmovida por la genuina preocupación con la que me lo había preguntado-. El fuego apenas llegó a mi piso. Y...
Ella se acercó a mí. Teníamos una especie de conexión especial, y Susan intuía que lo que le iba a decir era importante.
Le conté lo sucedido con el chico misterioso, y también lo ocurrido cuando tenía ocho años.
Ciertamente, nunca le había contado esa historia a nadie. No confiaba en nadie lo suficiente, creía que me tomarían por loca. Sin embargo, Susan sabe comprenderme a la perfección, y creía que ese era el momento indicado para contárselo.
-Suena como si fuera... -comentó reflexionando-. Como si fuera tu Ángel de la Guarda, ¿no? Sabe cuándo estás en peligro y también qué hacer. Salta muy alto, ¡algo inhumano! Y es rápido como el rayo.
Me quedé impresionada por el rápido apodo que le había puesto al chico misterioso; sin duda, le definía a la perfección.
-Conque mi Ángel de la Guarda, ¿eh? -dije distraídamente.
-Cuentan que son enviados del cielo para proteger a los humanos -explicó Susan. Los ojos le brillaban, como cada vez que le gustaba de lo que hablaba-. Ellos nos salvan de los accidentes de la vida, y muchas veces nos salvan también de una muerte segura. ¿Seguro que no tenía alas?
Negué con la cabeza.
-No me fijé, pero estoy segura de que, si las hubiera tenido, me habría dado cuenta.
Susan dejó caer las manos, alicaída.
-Pues vaya -se lamentó. De pronto, una nueva sonrisa se abrió paso en su boca-. ¿Tienes aquí su móvil?
Como respuesta, me saqué el teléfono del bolsillo.
-¡Increíble! -exclamó, emocionada-. ¡Una parte de tu historia hecha realidad!
No le dije nada, pero me molestó un poco que no me hubiera creído hasta ver el móvil. Pero lo podía comprender; al fin y al cabo, la historia parecía totalmente inverosímil. Sin embargo, yo estaba completamente segura de que no me había inventado nada.
Me arrebató el móvil de las manos. Abrió la tapa, y una imagen ocupó toda la pantalla.
Yo lo reconocí al instante: era mi "Ángel de la Guarda". Susan soltó un silbido.
-Pues sí que es guapo -reconoció.
Comenzó a buscar en su lista de contactos. Sin embargo, ningún número estaba apuntado allí. Tampoco había ninguna foto, exceptuando la que tenía de salvapantallas, y tampoco había ninguna nota en el calendario. Pero si que había direcciones.
-¡Son todas cercanas a tu casa! -exclamó Susan-. ¿Crees que se cambia de casa a medida que tú te vas moviendo?
-No creo -respondí, no muy convencida-. A lo mejor las demás direcciones son de amigos suyos.
Decidimos ir a la casa más cercana a la mía, una manzana más lejos que mi piso.
-Pero, Susan, no puedo ir ahora. Mis padres volverán en poco tiempo y se asustarán si no me ven en casa. Tengo que estar allí -al ver su cara de pena, añadí-: Si quieres, cuando vuelvan mis padres les digo adónde voy y te llamo.
-Vale. ¡Pero acuérdate!
Nos despedimos, y me apresuré a llegar a mi casa. Si mis padres ya habían llegado, me iban a echar la reprimenda del año.
Sin embargo, cuando abrí mi puerta vi que seguía cerrada con llave. Sentí una gran sensación de alivio cuando giré la llave en la cerradura y la puerta se abrió ante mí.
Cogí mi mochila y me puse a hacer los deberes. Por suerte, ese día me habían mandado pocos, así que terminé pronto y me puse a pintar en mi nuevo cuadro.
Pasada media hora, una llave giró en la cerradura, y mi madre entró en casa.
-¡Hola! -saludó, mirando en dirección a mi habitación.
Yo me apresuré a dejar la paleta y el pincel sobre el atril, y llegué a la entrada de mi casa cuando mi madre dejaba su cartera en el suelo.
-¿Qué tal te ha ido? -pregunté mientras le besaba en la mejilla.
-Muy bien. Hoy los niños se han portado genial -su mirada se endureció-. ¿Qué es eso de que han venido los bomberos? ¿Ha pasado algo grave?
Le expliqué que todo estaba bien, que el fuego apenas llegó a nuestro piso. Sin embargo, mi madre seguía preocupada.
-¿Seguro que estás bien, tesoro? ¿Quieres una infusión? -me preguntó, posando una mano sobre mi frente.
-¡No, mamá! Estoy bien, ¿vale?
Ella llevó su cartera hasta el estudio, y sacó una pila de exámenes por corregir.
-Eh, mamá... -ella hizo un gesto en la cabeza que quería decir que me escuchaba-. ¿Puedo ir con Susan al parque? Llevaremos de paseo a su perro Tommy.
Ella asintió con la cabeza.
-Pero vuelve para cenar, ¿vale? Antes de las nueve te quiero en casa.
Me despedí, me metí las llaves en el bolsillo y también cogí el móvil de mi "Ángel de la Guarda". Saqué el mío del bolsillo de la chaqueta y marqué el número de Susan. Al segundo timbre cogió el teléfono.
-Ho... -empecé, pero ella me interrumpió.
-Estoy al lado de tu portal, no tardes.
Y colgó sin decir nada más. Me metí el móvil en la chaqueta, con los ojos muy abiertos, y bajé por las escaleras. Ahí Susan había sido algo brusca.
Cuando llegué abajo, la vi jugando con su perro en el jardín del edificio. Tommy atrapaba la pelota con gran habilidad, saltando hasta donde nadie sospechaba que pudiera saltar. Era muy divertido verle agitar la cola mientras corría hacia su ama, pelota en boca.
-¡Hola, Lía! ¿Vamos? -me preguntó mientras le enganchaba la correa a su perro.
Acaricié la cabeza de Tommy brevemente y me puse en marcha, con Susan detrás.
-Aquí es -dije parándome ante una puerta.
Era un chalet algo desvencijado, incluso el número del portal colgaba de un lado.
Resignada, llamé al timbre. Esperamos casi dos minutos, pero no parecía que nadie fuera a abrir.
-Esto está abandonado -dijo Susan tristemente.
Sin embargo, no nos dejamos vencer. Taché la dirección del móvil y fuimos a la siguiente casa. Entramos en todas y cada una de las direcciones... pero ninguna parecía estar habitada.
-Vaya... -me lamenté mientras me sentaba en un banco-. ¿Y ahora qué?
Susan se rascó la barbilla, pensativa.
-Puede que sea un rompecabezas o algo así. La experta en esto es Marlene, por desgracia -dijo-. ¿Hay algún número en común entre todas las direcciones?
Observé con atención todos los números, pero no parecía coincidir ninguno. Recorrí el mapa con la mirada... y lo vi.
-¡Aquí hay otra dirección! El punto está camuflado, pero al pasar por encima se ve una especie de enlace.
Hice clic, y una dirección apareció en la pantallita.
-¡Bingo! -exclamó Susan, animada-. ¡Ya lo tenemos!
Fuimos corriendo, con Tommy detrás. El pobre perro parecía a punto de desmayarse, y no le culpaba; después de toda la tarde así, yo ya estaba jadeando.
Llegamos hasta la casa, pero era un edificio.
-¿Está escrito el piso? -preguntó Susan, que ya estaba frente al telefonillo.
Escruté la pantalla en busca de algún otro dato, pero no encontré nada más.
-Me temo que no -respondí, alicaída.
-Da igual. Algo nos inventaremos -dijo Susan frotándose las manos.
Marcó el número del primer piso.
-¿Sí? -respondió una voz de mujer mayor.
-Perdone -dijo Susan, alterando la voz para que pareciera de hombre-. Soy el cartero, ¿podría abrirme?
Cuando oí cómo la puerta se abría, no me creía lo que estaba pasando. ¿Qué clase de mujer es tan estúpida como para creerse eso? Era cierto que Susan había imitado la voz a la perfección, pero, aun así, yo no me habría fiado de estar en el lugar de esa mujer.
Comenzamos a llamar a los timbres de las puertas, escondiéndonos cada vez que el dueño del piso salía a la puerta. Sin embargo, no le encontramos.
Cuando llegamos al último piso, que sólo era el cuarto, probamos con cada una de las cinco puertas que había. Al llegar a la quinta, tuve una corazonada.
Era una locura, pero cuando llamé al timbre no me molesté en esconderme. Y, al abrirse la puerta... ahí estaba.
Mi "Ángel de la Guarda".

3 comentarios:

  1. q pasada!!! oye, marta, para dar más información al lector, podrías decir la raza del perro

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    1. Es un Jack Russell, lo puedes ver en la columna de los distintos protagonistas de la novela :)

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